Las referencias y los estímulos de un viaje a Grecia son inabarcables, haciendo que la aventura comience mucho antes de partir. Grecia es La Odisea y La Ilíada. Nuestros cimientos. Safo y Kavafis. Es La Mirada de Ulises a través de Angelopoulos y su director de fotografía, Yorgos Arvanitis. Son los pulpos de Herbert List, secando al sol. Es Henry Miller en su primera visita a Helena, allá por el año 1939: “Suceden cosas tan maravillosas en Grecia, cosas tan maravillosas y buenas como no pueden suceder en ningún otro lugar del mundo”. Es Elefteria Arvanitaki cantando Dinata.
Pero Grecia es, sobre todo, un país sencillo que te reconcilia con las cosas básicas de la vida, sin sofisticaciones ni artificios. De Atenas a la península del Peloponeso, más un salto a las islas Cícladas, ruta por un país apasionante al ritmo de un café frappé.
terrizar en Atenas siempre provoca sensaciones encontradas. Por un lado, el caos actual y la anarquía urbanística de la ciudad contrastan con reconfortantes encuentros y vestigios de tiempos mejores. La Acrópolis es sin duda el lugar al que peregrinar y agradecer eternamente a Fideas y Pericles la materialización de una maravilla así.
Vale la pena saborear la ocasión de sentir como en ningún otro lugar el peso de la historia y recrearse en los rituales previos a la escalada a la Acrópolis. Un emplazamiento mágico, donde incluso con las hordas de cruceristas que acechan el lugar es posible abstraerse y disfrutar de la energía y simbolismos de nuestra vieja Europa. El templo de Atenea Niké, el Partenón y el Erecteión.
Tras la dura crisis y los cambios políticos que acuciaron el país, Grecia trata de reponerse y, sin olvidar la austeridad que la caracteriza, se pueden ver indicios de esa recuperación en forma de acupunturas urbanas que reactivan lugares en otros tiempos deteriorados (algunos ciertamente cuestionables, como el intento por parte de Renzo Piano en la nueva ópera y biblioteca nacional).