El primer animal transgénico
diseñado para el consumo humano —un salmón de crecimiento rápido— ha dado un
gran paso hacia su aplicación comercial. La empresa fabricante, estadounidense AquaBounty Technologies, ha logrado la autorización de Canadá
para cultivar huevos de sus salmones modificados genéticamente. Sin embargo los salmones no llegarán a las estanterías de los supermercados
mientras la agencia alimentaria norteamericana no lo apruebe.
En comparación con la
norteamericana, la regulación europea de estos productos es muy restrictiva. A
ello han contribuido más las campañas ecologistas que las evidencias
científicas.
El salmón de AquaBounty es
el primer animal transgénico que aspira a llegar a nuestros mercados y
restaurantes. AquaBounty podrá exportar 100.000 huevos de sus salmones
transgénicos desde la piscifactoría canadiense hasta otro vivero que la empresa
tiene en los bosques pluviales de Panamá. Se trata de la primera operación
de escala industrial con un animal transgénico aprobada en la historia. Y será
también la historia quien decida si eso acaba siendo bueno o malo.
Esto tendrá trascendencia
planetaria, pues otras 30 especies piscícolas transgénicas esperan en la cola.
El principal factor limitante del
tamaño del salmón atlántico natural es la temperatura: el frío reprime su gen
de la hormona del crecimiento. Pero en el salmón transgénico, el ADN regulador añadido procedente de las viruelas (peces de parentesco más lejano), que está
acostumbrado a activarse en frío permite que la hormona del crecimiento se
produzca.
“No cabe duda de que se trata de un proyecto
comercialmente interesante”, admite el profesor de investigación del Consejo
Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) José Pío Beltrán. “Es un salmón
atlántico que crece más deprisa y las pruebas son satisfactorias por cuanto no
produce alergias ni otros efectos dañinos sobre la salud. El debate se centra
en los efectos para el medio ambiente”.
Beltrán resume: “Me parece muy
bien un salmón que crezca el doble de rápido, pero no se ven muy bien sus
consecuencias globales”.
La organización ecologista que
más se ha destacado por su rechazo a los alimentos transgénicos es Greenpeace.
Su responsable de agricultura y transgénicos en España, Luis Ferreirim,
comparte con Beltrán el escepticismo ante las garantías que ofrece AquaBounty
para evitar que el salmón transgénico se escape de las piscifactorías al mar
abierto. Con el riesgo de que las especies naturales se desplacen o se extingan.
Ferreirim amplía el foco de su
crítica: “¿Quieren los consumidores salmón transgénico?”, se pregunta. “Y la respuesta es no; la ciudadanía no quiere transgénicos y eso
lo lleva dejando bien claro en la Unión Europea, donde el 61% de los ciudadanos
rechaza este tipo de alimentos; e incluso en Estados Unidos, donde se podrían
comercializar los primeros salmones transgénicos, la ciudadanía exige cada vez con mayor fuerza el etiquetado de
los productos transgénicos”.
Greenpeace se opone a la
liberación de transgénicos al medio ambiente, ya sean plantas o animales.
“Antes de seguir malgastando dinero en investigación con transgénicos”, dice
Ferreirim, “la pregunta que deberíamos contestar es si los
transgénicos, tanto plantas como animales, son necesarios”.