El miedo provoca en los animales, incluidos los humanos, dos reacciones básicas. Una es la parálisis y que sea lo que dios quiera. La otra es prepararse para enfrentar o huir de la amenaza. La primera se traduce en quietud muscular, reducción de la actividad metabólica y el corazón casi parado. La segunda activa todo el cuerpo, rebosante de adrenalina. Un estudio demuestra ahora que, cuando escapan de los humanos, los narvales someten a su cuerpo a un intenso ejercicio físico al tiempo que reducen su ritmo cardíaco. Los biólogos creen que tal estrés puede comprometer el estado de los llamados unicornios del mar.
Tras el cachalote o los zifios, el narval es el mamífero marino que más profundo puede sumergirse, llegando hasta los 1.500 metros. Pero lo hace a su ritmo. Millones de años de evolución han moldeado sus músculos locomotores para hacerlos de contracción lenta. En paralelo, el ritmo cardíaco, que en superficie suele rondar los 60 latidos por minuto, baja hasta los 20 en las profundidades. Todo el metabolismo de este cetáceo de las regiones árticas se ralentiza con un objetivo: ahorrar todo el oxígeno que se pueda. "Esto los hace increíblemente resistentes, pero nada rápidos", cuenta la bióloga estadounidense.
Williams, junto a un grupo de colegas, ha comprobado que los narvales cuando se topan con los humanos hacen algo extraño y peligroso. "Ante ellos, sus barcos y especialmente su ruido que, para los narvales, son comparativamente nuevas amenazas, muestran un tipo de respuesta paradójica en la que se produce una inusual combinación de reacciones de miedo, inmersión y ejercicio superpuestas unas sobre otras", explica.
En los veranos de 2014 y 2015, durante la temporada de pesca de los inuits de la costa este de Groenlandia, un grupo de investigadores estadounidenses y daneses pudieron tomar la tensión y otras mediciones a una decena de narvales atrapados en las redes de los indígenas. Antes de soltarlos, a cinco de ellos les colocaron un aparato adherido a su lomo con un electrocardiógrafo, un acelerómetro y un medidor de profundidad, además de localización por GPS.
Los resultados, publicados hoy en la revista Science, muestran que los unicornios del mar están hechos un lío. Nada más liberarlos y aún desorientados, los narvales escaparon todo lo rápido que pudieron hasta el fondo del mar, batiendo su cola más de 40 veces por minuto, cuando en condiciones normales no superan las 20 batidas. Lo peor es que realizan todo ese esfuerzo físico con el corazón casi parado, bajando a tres o cuatro sus latidos por minuto, una reducción del 94% del ritmo cardíaco. Algunos estuvieron así más de 10 minutos y no recuperaron su ritmo normal hasta pasadas una hora y media del susto.
Esta bradicardia tan extrema se ha observado en muchas especies cuando se quedan paralizadas ante un depredador. En ocasiones, tanta inmovilidad les da una opción de escapar. Lo que llama la atención de los narvales es que la combinan con la otra gran respuesta, la de huir dedicándole mucho empeño físico a ello.
El deshielo ártico está multiplicando la presencia humana en los mares del narval. Con sus rápidos y ruidosos barcos, los enormes cargueros, con el ruido sísmico provocado por las prospecciones, los encuentros con los humanos son cada vez más comprometidos.
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