El planeta sigue calentándose. Y ello es debido, al menos en
parte, a unas políticas energéticas que oscilan entre lo malo y lo pésimo. La
última noticia nos llega de la Antártida, donde dos grupos de investigación de
primer nivel acaban de confirmar que los glaciares del oeste del continente
helado han entrado en un proceso de fusión no solo inevitable, sino también
irreversible. Y que nuestros nietos muy bien pudieran llegar a ver un aumento
de 1,2 metros en el nivel del mar como consecuencia directa de ello.
Los sectores climaescépticos de todos los colores han
dedicado un considerable esfuerzo en los últimos años para desactivar la
preocupación social sobre el cambio climático.
Empezaron negando la propia existencia del calentamiento;
continuaron destacando algunos errores en los informes científicos; al final han
adoptado la que se ha revelado como la estrategia más eficaz de todas:
callarse.
Pero la política energética debe basarse en la mejor ciencia
disponible, y el sector del clima tiene la suerte de saber exactamente dónde
encontrarla: en los informes del Panel Intergubernamental del Cambio Climático
(IPCC), que agrupa a los 3.000 investigadores más avanzados de todo el mundo en
el área. Los candidatos deben saber que el cambio es real; que, aunque pueda
responder en parte a fenómenos naturales que ya se dieron en eras geológicas
pasadas, su otra parte se debe a la actividad humana, y en particular a las
emisiones de CO2 y otros gases de efecto invernadero.
Y que los electores más jóvenes, incluso a pesar de su
desmoralizante situación laboral, consideran este asunto de la máxima
importancia. Malas noticias, en fin, para unos cuantos.
FUENTE: EL PAÍS
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