Llevamos todo enero haciendo balances de 2017, pero todavía quedaba uno de los más importantes y deprimentes: la temperatura media del planeta. La Organización Meteorológica Mundial, que utiliza datos de la agencia oceánica atmosférica estadounidense, la NASA, los servicios meteorológicos británico y japonés y el programa Copérnico de la Unión Europea, ha confirmado esta semana que 2017 ha sido uno de los años más calurosos desde que hay registros, con una media que supera en 1,1ºC a la de tiempos preindustriales. Léelo enMateria, y recuerda que el objetivo acordado en París por casi todos los países del mundo es que a finales de este siglo no se supere un incremento de 2ºC desde tiempos preindustriales. Estamos consumiendo deprisa ese margen, y empezando a ver los desastres climáticos, incendios catastróficos, ciclones, inundaciones y sequías que acompañan el calentamiento mundial.
La única buena noticia sobre el cambio climático es, probablemente, el incremento de la percepción pública sobre este problema acuciante, sobre todo entre las capas más jóvenes de la población. Es cierto que esto no basta para encauzar el problema, pero desde luego es un prerrequisito. Primero, porque buena parte de la solución tiene que venir de comportamientos personales más sostenibles, desde usar el transporte público hasta instalar placas fotovoltaicas en el tejado. Y, segundo, porque los gobiernos occidentales seguirán sin entrar en vereda mientras sus ciudadanos no les aprieten las tuercas por todos los medios a su disposición, empezando por retirarles el voto. O convertimos el cambio climático en un problema político central o acabaremos todos en el planeta Marte.
Y recordemos también que el calentamiento del planeta es solo un factor, aunque esencial, del problema mucho más amplio del medio ambiente global. De poco servirá reducir las emisiones de gases de efecto invernadero si seguimos contaminando los ríos y los acuíferos con toda clase de residuos tóxicos, acidificando las aguas litorales o saturando los océanos de plásticos de vida media poco menos que eterna en comparación con la humana; si nuestros hábitos alimentarios insostenibles no solo persisten, sino que los exportamos al mundo en desarrollo con característica euforia globalizadora; si no ayudamos a esos mismos países a adoptar unas prácticas agrícolas e industriales sostenibles. Con la inteligencia política que observamos a nuestro alrededor, es obvio que nos queda una larguísima tarea por delante. Pongámonos ya.
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