El animal más grande del mundo, la ballena o rorcual azul, es como un avión de cien pasajeros que se deslizara por debajo de la superficie del océano. Las ballenas se hallan entre los organismos más grandes que existen, y ahora los científicos sostienen que pueden saber cuándo y por qué evolucionaron para alcanzar tal tamaño.
En un estudio publicado recientemente en Proceedings of the Royal Society B, un grupo de investigadores modelizó el tamaño de ballenas correspondientes a un período de tiempo comprendido entre hace unos 35 millones de años y la actualidad. El equipo midió los cráneos (un indicador conocido del tamaño corporal) de 63 especies de ballenas extintas de la colección de fósiles del Museo Nacional de Historia Natural del Instituto Smithsoniano, en Washington. Luego compararon estas medidas con los tamaños de ballenas vivas.
Su análisis concluyó que la longitud del cuerpo de la ballena había variado aleatoriamente durante unos 30 millones de años antes de experimentar un crecimiento súbito de más de 10 metros, hace entre 4,5 millones y unos cientos de miles de años (un período de tiempo que se extiende a lo largo de las épocas del Plioceno y el Pleistoceno, conocido como el Plio-Pleistoceno), una época más reciente de lo que sugerían las investigaciones anteriores. El coautor Graham Slater, de la Universidad de Chicago, apunta que incluso los estudios que ofrecieron estimaciones de tiempo similares a las suyas se habían basado en observaciones y conjeturas y carecían de medidas que las respaldaran. Él y sus colaboradores afirman ser los primeros en utilizar una serie de modelos estadísticos para identificar el momento del cambio.
La vinculación del tamaño gigantesco de la ballena azul al Plio-Pleistoceno hizo descartar otras hipótesis, como la amenaza de la depredación por el enorme megalodón (especie extinta de tiburón que ya vivía millones de años antes del crecimiento de las ballenas) o la aparición de la alimentación por filtración (que ya existía desde hacía más de 15 millones de años).
El nuevo trabajo relaciona el tamaño creciente de las ballenas con los cambios en la disponibilidad de alimentos en las glaciaciones. Al formarse una capa de hielo en el Polo Norte, el agua recién enfriada se hundiría hasta el fondo del océano y luego volvería a ascender allí donde los vientos empujaran las cálidas aguas superficiales lejos de las costas, un fenómeno estacional conocido como afloramiento. Esta corriente ascendente de agua fría habría traído nutrientes a la superficie, lo que permitiría que el fitoplancton proliferara y las presas de la ballena, como el krill, crecieran abundantemente y formaran masas densas en ciertas épocas del año.
Tales condiciones habrían ofrecido una ventaja evolutiva a una ballena de tamaño más voluminosa, explica Slater. Una boca más grande significaría tomar más agua y filtrar más presas por cada trago, y un cuerpo más grande permitiría viajar más eficientemente largas distancias entre un bocado y el siguiente. Un metabolismo lento también ayudaría a conservar la energía.
R. Ewan Fordyce, geólogo de la Universidad de Otago en Nueva Zelanda, quien estudió los fósiles de ballenas pero no participó en la investigación, concuerda con los hallazgos. Pero piensa que podrían intervenir también otros factores. Por ejemplo, el polvo rico en hierro arrastrado por los vientos podrían haber nutrido el fitoplancton oceánico, un aspecto que valdría la pena investigar, según él.
En futuros estudios, Slater espera estrechar el intervalo de tiempo en que se produjo el crecimiento súbito de las ballenas. La bibliografía sobre el registro fósil del Plio-Pleistoceno es lamentablemente escasa. «Hay menos incentivos para trabajar en los fósiles más recientes, a pesar de su importancia», señala.
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