China y Rusia tienen muy mala prensa ambiental.
Tampoco sale bien parada la oscilación térmica conocida como El Niño (ENSO), un
complejo fenómeno que provoca periodos de sequías alternados con intensas
lluvias en muchas partes del planeta. Sin embargo, un estudio muestra cómo, a
pesar de la deforestación
de selvas tropicales, estos tres actores o
factores están haciendo reverdecer el planeta. Pero los investigadores
advierten de que no se puede fiar el futuro del clima de la Tierra a chinos,
rusos y los caprichos de El Niño.
Las plantas son la base de la vida. Sobre ellas
descansan los ecosistemas de los que, en última instancia, dependen los
humanos. La cubierta vegetal es, además, la primera línea de defensa contra el
cambio climático. Bosques, selvas, pastos, matorrales o campos cultivados
retiran de la atmósfera la cuarta parte del CO2antropogénico que
está calentando el planeta. Por eso, cada hectárea arrancada a las selvas
amazónicas, de Indonesia o el África ecuatorial es un drama global.
Sin embargo, los científicos han comprobado que
grandes zonas de Rusia, China, el norte de Australia, el sur de África y hasta
el este de Brasil están recuperando el verde.
A pesar de la continua deforestación en América del
Sur y el sudeste de Asia, hemos encontrado que la disminución en estas regiones
se ha visto compensada por la recuperación de los bosques fuera de zonas
tropicales y un nuevo crecimiento en las áridas sabanas y matorrales de
Australia, África y el sur de América.
El abandono de las granjas colectivizadas tras la caída de la Unión Soviética ha aumentado la cubierta vegetal en Rusia
Entre las ganancias de masa forestal y, por tanto,
retirada de CO2 de la atmósfera, destacan las obtenidas en Rusia y
China. Las mediciones satélites muestran que en ambos países la cubierta
vegetal ha aumentado en las últimas décadas, aunque por razones bien
diferentes. En Rusia, los bosques han ocupado de forma natural las tierras de
cultivo abandonadas tras la caída del comunismo. Mientras, en China, los
proyectos de repoblación masiva de árboles han aportado una cantidad destacada
a la biomasa global.
En concreto, la pérdida de selvas tropicales ha
conllevado una reducción de su capacidad de retener carbono robado a la
atmósfera de unas 210.000 toneladas de CO2 anuales entre 2003 y 2012. Por su
parte, la nueva cubierta vegetal en Rusia y China captura cada año 100.000 y
70.000 CO2 respectivamente. Si se tiene en cuenta que la aportación de las
selvas tropicales al total es de un 44%, por un 17% de los bosques templados y
boreales, China y Rusia se merecen un aplauso.
El resto de las felicitaciones por aumentar la
cubierta vegetal del planeta hay que dárselas a las sabanas y áreas de
matorral. Su aportación al ciclo del carbono no ha sido estudiada con la misma intensidad
que la de los bosques. Por supuesto, por hectárea, su capacidad de captura es
menor, pero se trata de grandes extensiones que, por azares del clima, están
más verdes que nunca.
Combinadas, la biomasa de sabanas y matorrales alojan,
según el estudio, 50.000 CO2 al año desde hace un lustro. Eso hace que la
captura neta global haya aumentado en los últimos años, invirtiendo la
tendencia general de pérdida de cubierta vegetal observada en la última década
del siglo pasado.
Hay varios factores que están elevando el protagonismo
de sabanas, áreas de arbustos y, en menor medida de los campos cultivados:
cambios en el uso del suelo, mejores técnicas agrícolas, reducción de
incendios. Hay evidencias de que una razón es el aumento de la eficiencia en el
uso del agua debido al incremento del CO2 en
la atmósfera. Como sucede en un invernadero, al haber mayor concentración de
dióxido de carbono, los estomas de la planta no tienen que abrir tanto para
tomar la misma cantidad de CO2, perdiendo menos agua que pueden usar
para crecer más.
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