A principios del siglo XX, Utcher John Mark Knox, conocido también como el quinto marqués de Rannfurly, plantó en sus funciones de gobernador de Nueva Zelanda un ejemplar de Picea Sitchensia (del mismo género que los abetos) en la isla de Campbell, en el Pacífico Sur. Comparado con sus parientes en su vieja patria, en la costa noroeste de América, donde alcanzan unos majestuosos 60 metros de altura, se quedó atrofiada en su remoto paradero en unos siete metros y medio hasta la punta.
Tiene otras particularidades. Es quizá el árbol más solitario de la Tierra; el pariente más cercano está quizá a 200 kilómetros de distancia. Y en su madera se halla tal vez el indicio de que los seres humanos hemos creado nuestra propia época geológica: el Antropoceno. A esta conclusión llegan Chris Turney, de la Universidad de Nueva Gales del Sur, y su equipo.
Es un concepto polémico desde que el premio Nobel de química Paul Crutzen lo planteó en 2000: la época geológica que los seres humanos, como principal influjo en los procesos biológicos, geológicos y atmosféricos de la Tierra, hemos originado. Nuestras pruebas de armas atómicas dejaron unas huella en los sedimentos, e incluso rocas completamente nuevas se habría producido solo por la mano de los seres humanos, alegan quienes promueven la idea.
Quienes la critican, en cambio, sostienen que es demasiado pronto para proclamar impacientemente una época geológica nuestra. No está claro, entre otras cosas, cuándo habría empezado el Antropoceno, ya que a escala geológica doscientos años no desempeñan realmente ningún papel. El año 1800 valdría como posible comienzo, porque fue por entonces cuando la naciente industrialización empezó a acumular rápidamente dióxido de carbono en la atmósfera, tal y como sigue ocurriendo hoy en día. Para otros, el momento inaugural fue 1945: en aquel año estallaron las primeras bombas nucleares y sus productos de fisión se esparcieron por todo el mundo.
Turney y sus colaboradores proponen ahora 1965 como el verdadero primer año del Antropoceno. Se basan en los resultados de sus análisis de testigos de madera: en el anillo de ese árbol solitario aparecen isótopos radiactivos derivados de los ensayos nucleares solo a partir de entonces., pese a que las pruebas en superficie llevaban prohibidas ya dos años.
Debieron de tardar tanto en llegar hasta los árboles porque tuvieron que encontrar su camino por la atmósfera y el suelo hasta el tronco de la picea de Sitka. Solo por entonces llegó la radiación liberada por los seres humanos a los lugares más remotos del hemisferio austral, escriben. En el año 1965 hay un incremento tan inequívoco que es ese año el que marcaría el principio de una nueva era geocronológica. Aún más precisamente, el Antropoceno empezaría entre octubre y diciembre de 1965, según esos investigadores, porque es en ese momento cuando la señal claramente crece, y lo mismo ocurre en el hemisferio norte.
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