Según el hidrólogo estadounidense Kenneth Wright, los ingenieros y arquitectos paisajistas del siglo XV diseñaron y ejecutaron edificaciones para garantizar la sostenibilidad de las obras en una zona de difícil acceso, afectada por sismos y lluvias frecuentes. El sistema de drenaje contaba con canales de alivio hacia donde se dirigían las aguas sobrantes, lejos del canal de suministro de agua potable hacia las laderas de la zona agrícola, o a un desagüe principal situado entre esta y la parte urbana. Los muros, a menudo construidos a partir de piedra finamente tallada y cuidadosamente alineada, estaban adaptados a la actividad sísmica. ¡Resiliencia urbana en el siglo XV!
En la actualidad, la resiliencia urbana tiene aún más relevancia, pues ofrece un marco estratégico ligado a una evaluación de riesgo, así como una serie de herramientas con las que afrontar los complejos desafíos económicos, sociales y ambientales a los que se enfrentan nuestras ciudades. Entre los mayores retos que afrontamos, se encuentran aquellos asociados a los efectos del cambio climático, que amenazan el bienestar de la población, particularmente los segmentos más pobres, que a menudo son también los más vulnerables.
La consecuencia más visible del cambio climático ha sido la generación de eventualidades extremas, que resultan de la intensificación de patrones meteorológicos como el Niño, y que han traído consigo por ejemplo inundaciones o sequías, desestabilizando sistemas urbanos previamente concebidos en función de datos históricos. Estos efectos requieren medidas apremiantes para que las áreas urbanas de la región sean más resilientes, reduzcan su vulnerabilidad y así se pueda evitar que desastres naturales, de creciente frecuencia e intensidad, tengan impactos devastadores.
ALC tiene una oportunidad única de complementar sus esfuerzos de mitigación a cambio climático, a través del fomento de modos de transporte de baja emisión, por ejemplo, con una planificación urbana resiliente que defina un futuro plenamente sostenible. Es importante reconocer que las ciudades son puntos críticos de vulnerabilidad y que necesitamos un cambio de paradigma que nos permita incorporar la adaptación al proceso de planificación y gestión urbana. Para ello, podemos avanzar en tres grandes áreas:
- Diagnóstico participativo.
- Enfoque multisectorial con infraestructura sostenible.
- Acceso a financiamiento.
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