Cuando estalla un volcán se producen escenas dramáticas. La ceniza oscurece el cielo, relámpagos atraviesan el cielo, remolinos giran en el aire. Las tormentas que se desencadenan en las nubes volcánicas desconciertan desde hace mucho. Actúan ahí fuerzas parecidas a las que intervienen en los tornados, pero a menudo mucho más intensas. Desde el centro de la erupción salen disparados hacia arriba gases calientes a 600 metros por segundo; en los bordes alcanzan aún un tercio de esa velocidad. Los tornados, en comparación, con velocidades ascensionales de sus masas de aire de 10 metros por segundo, son tortugas aéreas. Las cortantes de viento entre las columnas de humo y la atmósfera circundante proporcionan un impulso adicional. Las nubes eruptivas rotan en su conjunto alrededor de su propio eje y se crea un mesociclón volcánico, más robusto que su análogo en una célula tormentosa. Los vientos ascendentes y descendentes y la rotación del mesociclón desencadenan minitornados.
La generación de cargas eléctricas es ya algo más complejo. De manera semejante a lo que ocurre en las supercélulas (tormentas enormes, muy organizadas), masas húmedas de aire ascienden deprisa en el centro de una nube eruptiva. Apenas si pueden formarse gotas, apenas si pueden crecer y cargarse eléctricamente mediante colisiones entre ellas. Por consiguiente, apenas si relampaguea en esa zona nuclear; se produce una «carencia de relámpagos». La rotación acelera las gotas, sin embargo, hacia fuera de esa zona; se acumulan en sus bordes, donde la fricción crea cargas eléctricas, que finalmente se descargan mediante relámpagos con todas las de la ley.
Estas tormentas deberían tener también truenos; sin embargo, las erupciones volcánicas crean tal ruido que los científicos no habían podido grabarlos inequívocamente hasta que Matthew Haney, del Observatorio de Volcanes de Alaska, y sus colaboradores empezaron a vigilar el volcán Bogoslof, en las Aleutianas. Consiguieron grabar en dos erupciones de marzo y junio de 2017 sonidos que realmente procedían de la nube volcánica y no de la montaña, como explican en Geophysical Research Letters. La erupción propiamente dicha había terminado ya mientras una tormenta con relámpagos rodeaba el volcán.
El momento en que se produjo el trueno, que llegó al micrófono tres minutos después de registrarse el relámpago, y su volumen sonoro, así como la dirección, demuestran sin vuelta de hoja que se trató de un trueno, afirman. Los infrasonidos generados por la erupción dan otra señal. Los instrumentos de medida estaban a unos 60 kilómetros del volcán. «El trueno tuvo que ser originalmente muy fuerte», concluye Haney. Con la ayuda de las grabaciones de tormentas quieren los volcanólogos determinar mejor cuánta ceniza lanza un volcán durante la erupción; al producirse la tormenta solo en los bordes, permitirá quizá establecer la extensión aproximada de las nubes, o eso se espera.
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