miércoles, 4 de octubre de 2017

El gran criadero de las ballenas jorobadas

La aleta caudal de una ballena jorobada en la costa pacífica de Colombia.
Juanchaco es un pequeño pueblo de la costa del Pacífico colombiano. Las calles son de tierra de playa. No hay alcantarillado. Las casas de madera se construyeron elevadas por orden de las mareas. Sus habitantes son de raza negra, como sucede en todo el litoral. Viven de la pesca hasta que llegan las ballenas. Desde mediados de julio y hasta octubre, estos grandes mamíferos viajan desde la Antártida hasta esta región llamada Bahía Málaga para tener sus crías.
Durante esos cinco meses Juanchaco se transforma. Se convierte en el criadero del 25% de las ballenas jorobadas que nacen en todo el mundo, según datos de Parques Naturales de Colombia. Es entonces cuando los colombianos vuelven a ubicar en el mapa una de las zonas más pobres de su país según los indicadores económicos, y, al mismo tiempo, una de las más ricas en biodiversidad del mundo. Los cetáceos nadan hasta unas tierras donde crece un cuarto de la flora que no existe en otro lugar del mundo. Pero solo la majestuosidad de estos animales es capaz de llamar la atención del forastero.
Hace 40 años que Julio Pérez, promotor turístico, se sintió atraído por los esteros que serpentean en el interior de la selva, en los que se mezclan el agua dulce y el agua salada; los caminos entre las rocas que aparecen cuando baja la marea; las comunidades indígenas; la variedad de orquídeas que convierten a Colombia en el país con mayor biodiversidad en esta especie; las aves de patas azules de los islotes frente a la playa de Juanchaco. En definitiva, la riqueza del parque natural Uramba Bahía Málaga, uno de los cinco de esta región, formado por tres poblaciones con no más de 5.000 habitantes.
Una canoa en Juanchaco, en Bahía Málaga (Colombia).ampliar foto

Un paraíso en bruto

 Lleva más de dos décadas apostando por el turismo sostenible en las zonas más inalcanzables de Colombia. Hasta este pueblo llegó con la idea de mostrar las ballenas, pero también de ofrecer rutas en kayak, canoa y caminatas. .
Julio Pérez trabaja directamente con los habitantes de Juanchaco. En sus pequeñas lanchas acercan a pequeños grupos de turistas hasta los animales, respetando siempre la normativa que garantiza que cada año los cetáceos vuelvan hasta este punto de la costa colombiana. Nunca se juntan más de cuatro embarcaciones alrededor de una madre y su cría; respetan la distancia de seguridad para no interferir en el rumbo de los animales y controlan las mareas y el clima de una zona, donde llueve más de 200 días al año.
Salto de una ballena jorobada en Isla Gorgona, en el Pacífico colombiano.ampliar foto

Avistamiento sin ‘show’

La concentración de estos cetáceos es tan alta que, desde el muelle, se ven a lo lejos los chorros de agua que expulsan al respirar y, con suerte, los saltos en lontananza. Una vez en el bote, es sencillo observar a más de una familia asomar el lomo por encima de las oscuras aguas del Pacífico. Más complicado es ser testigos de las peripecias de los ballenatos aprendiendo a afrontar la vida que les espera. El viaje se puede negociar directamente en el muelle de madera. El precio por una salida de una media hora suele rondar los 25.000 pesos (menos de 10 euros) por persona.
Turistas realizando una ruta en kayak en Juanchaco (Colombia).ampliar foto

Local y sostenible

La apuesta por lo local de Julio Pérez no solo incluye a los pescadores, también incluye la formación de los jóvenes de Juanchaco en el turismo. Yarli, de 18 años, no va al colegio, pero ha aprendido a manejar un kayak y ahora es instructora. Bajo la tutela constante de este promotor, la joven prepara las embarcaciones, ayuda a los turistas a ponerse el chaleco y los acompaña en salidas por los esteros y las pequeñas islas que hay frente a su pueblo. Ha encontrado una manera de ganarse la vida y ha abandonado las largas horas de no hacer nada.
Gloria, también de Juanchaco, ha conseguido trabajo cocinando platos locales para los grupos de turistas. Ocupa una de las cocinas de las dos cabañas que Pérez alquila. Construcciones en madera donde la máxima es el respeto al medio ambiente. No hay aire acondicionado y el agua del baño se obtiene (y almacena) de la lluvia. 
Entre las excursiones que se organizan destaca un recorrido en canoa hasta los asentamientos indígenas en el interior de la selva. Una manera de conocer cómo viven las comunidades nativas de estas tierras y apreciar la flora y la fauna, especialmente las aves, que se esconden.

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