domingo, 17 de diciembre de 2017

El complejo mecanismo por el que una tortuga de 200 kilos puede levantarse tras volcar sobre su caparazón

Cuando un quelonio cae de espaldas, la forma del caparazón puede ser la diferencia entre vida y muerte.

Para una tortuga gigante del archipiélago de Galápagos, la vida debería de ser sencilla. Toman el sol dos horas por la mañana. No tienen depredadores naturales. Pasan la mayor parte del día mascando frutos, hierbas o pencas de cactus. Pero a veces tropiezan. Aunque la imagen mental de una tortuga de 200 kilos volteada sobre su caparazón pueda parecer cómica, para ellas es un peligro real: si el animal no consigue enderezarse en un tiempo razonable, podría morir asado en su caparazón bajo el sol. La bióloga italiana Ylenia Chiari, de la universidad de South Alabama en EE UU, ha liderado un estudio para determinar si la forma de los caparazones pudo haber evolucionado para ayudar a las tortugas terrestres a incorporarse rápidamente tras un vuelco accidental

Tortuga gigante con caparazón de domo (izquierda) y con caparazón de silla de montar (derecha).

Existen dos tipos principales de caparazón, según su forma, que han aparecido varias veces en la evolución de las tortugas gigantes de las Galápagos. Mientras que en las regiones altas y húmedas de las islas predominan las tortugas con caparazón en forma de domo, cerca de la costa abundan las tortugas con caparazón de silla de montar. Recibe este nombre por sus bordes curvos y la apertura elevada del cuello. Los investigadores tenían la teoría de que las tortugas que habitan las regiones más bajas y áridas de las islas tendrían el caparazón mejor adaptado al “autovolteo”. En estas zonas el paisaje es de roca volcánica y cactuses, por lo que el riesgo de vuelco por caída y de muerte por insolación es mayor.

Chiari y sus compañeros crearon modelos informáticos tridimensionales de las dos formas geométricas basados en fotografías de 89 caparazones de museos y de tortugas vivas, tanto salvajes como cautivas. Luego pesaron a dos tortugas del zoo de Rotterdam (Países Bajos) sobre una báscula diseñada especialmente para calcular el centro de masas de cada tipo de caparazón. Armados con esta información, los científicos pudieron simular el vuelco y el “potencial de autovolteo” de cada uno.
A pesar de sus conjeturas, se encontraron con que el caparazón de silla de montar requiere más energía para enderezarse que el redondeado caparazón de domo. Sin embargo, los biólogos han observado que las tortugas con caparazón de silla de montar son en realidad las que se incorporan con mayor facilidad en la naturaleza. La clave está en su cuello. No solo es más largo en las de caparazón de silla, sino que la gran apertura frontal de su armazón les permite un rango de movimiento mucho mayor que a las de domo. Así, estos reptiles son capaces de apoyar la cabeza contra el suelo cuando están volcados para impulsarse hacia un lado, ayudándose también del movimiento de las patas. Las tortugas con caparazón de domo están limitadas a agitar las extremidades para mecerse hasta que logren incorporarse.
Hasta ahora, esta diferencia en el cuello de los dos tipos de tortugas se atribuía a los hábitos alimenticios. En las regiones áridas puede escasear la vegetación, por lo que la apertura frontal y cuello largo de las tortugas con caparazón de silla podría haber evolucionado para alcanzar los frutos más altos de las chumberas. Ahora los científicos sugieren que estas características podrían ser adaptaciones para voltear el caparazón, aunque sus resultados no demuestran que esta sea la presión evolutiva que los dio esa forma.
“El cuello largo y elevado podría haber relajado la presión selectiva sobre la forma del caparazón, que se volvió más pequeño y menos redondeado que en las tortugas de domo”, explican los autores en el estudio. “Sin embargo, si por otro motivo la forma del caparazón de silla apareció antes que la evolución del cuello largo y la elevada apertura frontal, la selección natural podría haber impulsado estos cambios para mejorar el autovolteo”.

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