lunes, 10 de marzo de 2014

Una montaña de basura

En 1953, Edmund Hillary y Tenzing Norgay conquistaron los 8.848 metros del Everest y ya tuvieron que pisar desperdicios por el camino. Desde que, tres años antes, Nepal había autorizado a los extranjeros a explorar la inédita cara sur de la montaña, la basura se acumulaba en sus campos estratégicos. En el collado sur, a 8.000 metros de altura, podían verse todos los desperdicios. Más de 60 años después, tras cientos de expediciones a la montaña más elevada de la tierra, el collado es el vertedero más elevado del planeta, un lugar en el que entre bombonas de oxígeno desechadas, cartuchos vacíos de gas, estacas de nieve y plásticos puede contemplarse el cadáver de un alpinista colocado en posición fetal. El Gobierno de Nepal ha lanzado ahora la Operación Limpieza de la afeada cara de su montaña fetiche.
Hasta la fecha, cada alpinista tenía la obligación de presentar a su oficial de enlace la basura generada en altura. Pero entre la desidia de estos y la desfachatez de muchos escaladores, el Everest apesta. Por ello, el Ministerio de Cultura y Turismo de Nepal ha decidido que cada escalador deberá bajar ocho kilos de basura del Everest. En 2008, los serpas que trabajan para la Eco Everest Expedition han desalojado de la montaña 15 toneladas de basura, 600 kilos de desechos orgánicos y los cuerpos sin vida de seis escaladores que llevaban años a la vista.
Mingma Sherpa, el primer nepalés en escalar los 14 ochomiles y una auténtica leyenda en su país, no tiene claro que la medida pueda funcionar: “Lo que no sabemos es quién va a encargarse de hacer el recuento de la basura, quién va a controlar que esa basura proviene de los campos de altura y no del campo base, donde es muy fácil recogerla”.
Las autoridades de Nepal estiman que cada alpinista genera algo menos de seis kilos de basura sin contar con las botellas de oxígeno y los residuos orgánicos. Quien no entregue su cantidad de basura asignada (8 kilos) recibirá una multa o la confiscación del depósito de la expedición, que asciende a unos 2.900 euros.
En la práctica, cualquiera que pague por escalar el Everest deberá bajar al menos tres kilos de una basura amontonada en sus laderas durante años de dejadez. Cuesta mucho imaginar a los clientes de las grandes agencias internacionales de guías hacer un alto en el camino de descenso para arrancar cerca de tres kilos de inmundicia de entre la nieve y el hielo, y eso sin contar con las bombonas de oxígenos vacías que deberían acarrear y cuyo peso en vacío por unidad es de 2,5 kilos. No cuesta mucho imaginar que serán sus serpas quienes deban hacerlo por ellos y que en muchos casos pagarán encantados la multa con tal de no bregar con desechos ajenos.
Las autoridades estiman que podrán recoger algo más de seis toneladas de residuos anuales.
Esta montaña dejó de ser un asunto de montañeros para convertirse en un negocio. De todas formas, sería injusto achacar las toneladas de porquería en sus laderas a un tipo de persona ajena al mundo de la montaña. Los primeros visitantes del Everest eran alpinistas vocacionales y eso no impidió que se acumularan las primeras capas de porquería.
Por todo esto, las autoridades de Nepal suspiran por desterrar de su Everest al típico aspirante adinerado, pero incapaz, para animar a los verdaderos montañeros. Por este motivo, el precio del permiso se verá rebajado de 18.000 a 8.000 euros.
Por último, la policía tendrá sus propias dependencias en el campo base. Dipendra Poudel concretó recientemente el carácter del destacamento: “Estará formado por nueve efectivos, tres de cada uno de los tres cuerpos del ejército, la policía y la policía armada”. Para evitar incidentes.
En 2010, Simone Moro, poco después de conquistar el Gasherbrum II en invierno, y pese a la tormenta que se echaba encima de él y de sus dos compañeros, Urubko y Richards, se llevó basura encontrada de otras expediciones. Minutos después, un alud sepultó a sus dos compañeros, dejándole milagrosamente al margen, lo que le permitió salvarles la vida: “Siempre he creído que la montaña tuvo un gesto conmigo por haberla limpiado un poco”.
Fuente: El País

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